Soltando
amarras.
"Sin embargo hoy en día ofrecer esta espera
resulta más complicado de lo que parece. Estamos en la era de las prisas, y se
vive como algo terrible tener que esperar para la más mínima cosa. Si
escribimos un mensaje en el móvil, nos saltamos la mitad de las letras para
terminar antes. Si apretamos un timbre y tardan en abrir la puerta, nos
desesperamos. Si preparamos una comida, queremos que esté hecha a los cinco
minutos. Todo lo rápido triunfa: coches, microondas, máquinas de afeitar,
trenes, o quitamanchas... En cambio cualquier cosa «lenta», o que requiera un
proceso de tiempo más o menos largo, está condenada al fracaso. Sólo le
perdonamos una cierta tardanza de segundos al ordenador... Tenemos prisa con el
perro, con los ancianos, con los que van en el coche de delante, con la cajera
de la tienda, con la pareja y con nosotros mismos...
Con los niños también tenemos prisa, queremos
que crezcan demasiado rápidamente y además que sean inteligentes, que no
lloren, que no cojan traumas, ni constipados, que aprendan inglés lo antes
posible, que sean buenas personas, que no den mucha lata, que sean simpáticos,
autónomos, modernos y creaitvos. Aunque, como todos sabemos, un niño no se hace
en un día...
En Konrad
[Christine Nöstlinger (1995): Konrad o el
niño que salió de una lata de conservas. Madrid. Alfaguara.] se plantea una
situación extraña y divertida. Una mujer de mediana edad recibe un paquete por
correo, que contiene un bote enorme, con unos enigmáticos polvos. Las
instrucciones explican que habrá que diluirlos en agua caliente y remover
durante unos minutos ¡para que salga un niño vivito y conleante! La criatura se
va hinchando, y acaba apareciendo formada ante los atónitos ojos de la señora,
que escucha pasmada cómo un niño rubito y guapote le dice: «mamá», entre
grandes sonrisas. Para la ficción está bien. La realidad es otra cosa.
Y en esa realidad en la que nos movemos, a quien
nos encontramos es a un niño sujeto desde antes de nacer a las expectativas y
los deseos de sus padres. Un niño que nace y queda asignado a un lugar, a una
imagen, a unas demandas. Un niño en el que se proyectan las necesidades de los
padres, las rivalidades de los hermanos, y, en fin, los afectos positivos y
negativos del resto de los miembros del núcleo familiar. Un niño con una gran
necesidad, a su vez, de cuidados, de seguridad, de calma, de afecto, de
placer... Un niño que precisa ser mirado, tocado, escuchado, contenido. Un niño
que necesita sentirse acompañado, conocido, reconocido y aceptado en sus modos
y maneras, en su cuerpo, en su sexo, en sus exploraciones, en sus miedos, en
sus gustos...
Para acompañar este proceso de emergencia de la
identidad, a mí me sirve una pista que me ofreció hace ya bastantes años Julio
Ramón, un vecino de Beniardà, ya mayor, con el que coincidía por las tardes
paseando, él a sus nietas y yo a mis hijos: «A los niños hay que amorarlos (dar
amor, acariciar, ablandar), me decía. Los cobijas, y los sueltas. Les das
cariño, y los frenas. Y todo eso que sea sin prisas, poquito a poco»” (Díez,
2010 : 28).
DÍEZ NAVARRO, C. (2010): «Soltando amarras» a Mi escuela sabe a naranja. Estar y ser en la
escuela infantil. Barcelona: Graó, pàg. 28 i 29.
Per a mi aquest fragment del llibre Mi escuela sabe a naranja és un exemple
de bona pràctica, ja que pens que en aquest món de preses en el que vivim, com
diu l’autora, necessitem de temps d’espera i escolta. És imprescindible no
tenir presa, deixar que les coses surtin pel seu propi pes i això, si nosaltres
no ho posem en pràctica amb les tasques de vida quotidiana que vivim amb els infants,
com volem que ells ho apliquin i siguin futurs adults sans?
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada